domingo, 26 de mayo de 2013

EL APORTE /14 / PORTAFOLIO
EL COMERCIO / DOMINGO 26 de mayo del 2013
QUÉ HACER. PESE A LA APLASTANTE EVIDENCIA A FAVOR DE SU ORIGEN ANTROPOGÉNICO.
Martin Wolf plantea algunas alternativas a considerar ahora que, de hecho, los escépticos y quienes niegan que el calentamiento global es un hecho, parecen haberse salido con la suya. Desde la energía nuclear hasta penalizar con impuestos a los combustibles más contaminantes, todavía se puede hacer algo.

LA INACCIÓN GLOBAL MUESTRA QUE LOS ESCÉPTICOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO YA GANARON
                   La humanidad decidió hacer caso omiso y dejar que los peligros reales y presentes del cambio climático sigan en franco ascenso. Ese fue el argumento que propuse en la columna de la semana pasada. Ninguna de las respuestas a la misma pueden refutar esa conclusión, y en todo caso, la refuerzan. A juzgar por la apatía a nivel mundial, los escépticos climáticos han ganado. Eso hace que su sentimiento de agravio sea aún más notable. Para el resto de nosotros, la pregunta que queda por responder es si algo puede hacerse todavía y, en caso afirmativo, ¿qué?Al examinar esta cuestión, una persona racional seguramente debe reconocer el grado de consenso que cunde entre los científicos del clima con respecto a la hipótesis del calentamiento global producido por los seres humanos. Un análisis de los resúmenes de los 11,944 artículos sancionados por pares científicos, publicados entre 1991 y 2011 y escritos por 29,083 autores, llega a la conclusión de que el 98,4% de los autores que adoptaron un punto de vista respaldan la tesis del calentamiento global producido por el hombre (antropogénico), 1,2% rechazaron dicha posibilidad y 0,4% no estaban seguros. Proporciones similares surgieron de los análisis alternativos de los datos.
Una posible respuesta es insistir en que todos estos científicos están equivocados. Eso es, por supuesto, concebible. Los científicos se han equivocado en el pasado. Sin embargo, rechazar específicamente los resultados arrojados por esta rama de la ciencia simplemente porque sus conclusiones son incómodas, es claramente irracional, aunque comprensible.

                   Esto lleva a una segunda línea de ataque, la cual lleva a insistir en que estos científicos están corrompidos por el dinero y la fama. Y mi respuesta es: ¿en serio?, ¿es posible que toda una generación de científicos haya inventado y defendido una clara farsa con el fin de obtener (modestas) ganancias materiales, sabiendo a ciencia cierta que se les descubrirá? Es más plausible que los científicos que rechazan la visión típica lo hagan por tales motivos, ya que fuertes intereses de varias índoles se oponen al consenso climático y los académicos que apoyan sus argumentos son mucho menos numerosos.

                     Desafortunadamente, por más racional que pueda parecer el tratar de reducir el riesgo de resultados catastróficos, eso no es lo que está sucediendo ahora o lo que probablemente ocurra en el futuro previsible. Las estadísticas relacionadas con el consumo de combustibles fósiles desde mediados del siglo XVIII muestran un aumento constante de las emisiones anuales de dióxido de carbono. Estos datos, es cierto, muestran una desaceleración de la tasa de aumento de las emisiones anuales en los años 1980 y 1990. Sin embargo, esta desaceleración se invirtió en lo que va de los años 2000 debido al aumento de la quema de carbón en China. Hoy en día, el 30% del CO2 en la atmósfera se debe directamente a las actividades de la humanidad.La razón fundamental detrás de este reciente aumento en las emisiones es clara: la compensación del crecimiento. China fue responsable por el 24% del total de las emisiones globales en el 2009, en comparación al 17% en EE.UU. y el 8% en la Eurozona. Sin embargo, cada chino emite solo un tercio del monto emitido por un estadounidense y menos de cuatro quintas partes por un residente de la Eurozona. China es una economía emergente con un alto grado relativo de despilfarro, en términos de sus emisiones por unidad de producto. Pese a ello, aun así emite menos per cápita que los países de altos ingresos, porque su población continúa siendo relativamente pobre. Sus líderes sienten, lógicamente, que no hay razón moral para aceptar un tope en las emisiones de cada chino que sea notablemente inferior al nivel que los estadounidenses están dispuestos a aceptar para sí mismos.
                       
                    A medida de que los países emergentes se desarrollan, las emisiones por persona tenderán a subir hacia niveles similares a aquellos en los países de altos ingresos; por ende, aumentará el promedio mundial. Esta es la razón por la cual las emisiones globales por persona aumentaron en un 16% entre el 2000 y 2009, un período de rápido crecimiento en las economías emergentes.Ahora bien, olvidémonos de la retórica: no solo las reservas de CO2 en la atmósfera, pero también sus flujos, están empeorando. Los escépticos que estén convencidos de que lo mejor que puede hacerse es no hacer nada deberían dejar de lloriquear: está claro que han ganado.¿Qué hay del resto de nosotros? La posibilidad de que la humanidad logre la disminución necesaria de las emisiones para mantener las concentraciones de CO2 por debajo de 450 partes por millón, y así reducir considerablemente los riesgos de un aumento de la temperatura global de
más de 2°C es cercana a cero. La reducción del 25% al 40% en las emisiones de los países de altos ingresos para el 2020, factor imprescindible para alcanzar esa meta, no sucederá. No obstante, de ninguna manera debería prolongarse la inacción. A menos de que suceda el escenario más apocalíptico, la humanidad podría ser capaz de reducir las emisiones y ganar algo de tiempo. Así que dada esta sombría situación, ¿qué debe hacerse? Veamos ocho posibilidades. En primer lugar, aplicar impuestos sobre el carbono. Gravar las cosas malas es siempre un buen comienzo. En este contexto, las emisiones son un mal. Los impuestos son la forma más sencilla de cambiar motivaciones e incentivos. Dado que los ingresos por
concepto de estos impuestos pasarán a las arcas de cada gobierno, los fondos podrían utilizarse deliberadamente para reducir otros impuestos –como el que se aplica a las nóminas, por ejemplo–. Podría hacerse caso omiso a las complejas cuestiones relacionadas a la distribución a nivel global. Sería óptimo si los gobiernos se comprometieran a una escala tributaria a largo plazo para darles así a los inversores un grado de previsibilidad con respecto al costo del carbono.En segundo lugar, adoptar el modelo nuclear. Esta es la razón por la cual Francia es una economía tan extraordinariamente baja en carbono. Se trata de un modelo que otros deberían adoptar, no rechazar.En tercer lugar, imponer normas de emisiones verdaderamente severas para automóviles, electrodomésticos y otras maquinarias. La innovación florecerá
en respuesta a la combinación de normas de precios y regulaciones, como ha sucedido tantas veces antes. No sabremos lo que las empresas son capaces de lograr si no nos atrevemos a preguntar.
En cuarto lugar, crear un régimen transaccional seguro a nivel mundial para los combustibles bajos en carbono. Esta es una manera de persuadir a China a alejarse del carbón.En quinto lugar, desarrollar mecanismos de financiación para la transferencia de las mejores tecnologías disponibles para crear y, aún más importante, ahorrar energía a través de todo el planeta.En sexto lugar, dejar que los gobiernos inviertan en las etapas tempranas de investigación e innovación por medio de una combinación de financiamiento a la investigación universitaria y el apoyo a las asociaciones público-privadas.En séptimo lugar, invertir en los mecanismos de adaptación a los efectos del cambio climático. Esto seguramente también será uno de los puntos que requerirá apoyo económico para su desarrollo en el futuro. Esta adaptación bien podría incluir la transmigración de gente a gran escala.Por último, y por más severa que pueda parecer esta solución, pensar en la geoingeniería, o sea, la manipulación a gran escala del planeta con el fin de revertir el cambio climático. Ninguna de estas opciones puede ser suficiente para eliminar los riesgos graves que acarrean los cambios climáticos adversos, pero pueden ser nuestra mejor opción por el momento, dadas las presiones económicas
existentes.El intento por persuadirnos a cambiar nuestras costumbres relacionadas con el aumento constante de las emisiones ha fracasado. Y por los vientos que soplan, continuarán, por ahora, fracasando. Las razones de este fracaso son profundas. Solo la amenaza de un desastre más inminente podría cambiar esta realidad y, para entonces, pudiera ser demasiado tarde. Esta es una verdad deprimente y también puede ser un fallo que nos condene a un futuro muchísimo más grave.

No hay comentarios:

Publicar un comentario